Cuánto tiempo sin pasar por aquí, sin bloguear. Curioso lo del tiempo que a veces es como el viento y otras se enreda en los engranajes de los relojes y camina a paso de tortuga. Echaba de menos el escribir sin pretensiones, lo que vaya saliendo, sin tanto corregir, porque cuando tienes intención de publicar lo que escribes, mejor dicho, que alguien te haga caso, lease una editorial, un concurso o una revista literaria, la cosa se complica y hay que tener mucha paciencia. El tiempo, volvemos a lo mismo se vuelve una masa viscosa como en aquellos relojes de Dalí, de La persistencia de la memoria . Más que de memoria, de la que no voy muy sobrado, lo que yo vengo a constatar es la paciencia , la que hay que tener cuando eres un don nadie y quieres gritarle al mundo que escribes y que no lo haces demasiado mal, modestia aparte. Acaba uno mirando el correo varias veces al día y nada, no hay más que promociones y demás mierdas. Los plazos de los concursos son interminables, las respuestas
Para celebrar la primavera, cuando por estos lares los campos se visten del amarillo de la colza (ya se sabe en abril, amarillos mil ) y de paso, aprovechando que el Pisuerga pasa por Vallladolid, recupero un microrrelato que andaba por ahí medio perdido y al que le tengo especial cariño. Cuando lo pusé en Instagram, apunté que tenía en la mente (y en el corazoncito) a mi buen amigo, Fran Figueiral y hoy meses después siento lo mismo :-)