El pasado mes de octubre ha sido, para mi, una etapa muy fructífera en cuanto a lo de escribir. Días de recoger lo sembrado como en una vendimia tardía. También, no lo voy a negar, ha habido alguna desilusión, pero el cómputo global ha sido más que positivo y todavía quedan algunas cositas por concretar. Por poner solo un par de ejemplos, La sabiduría de los líquenes ha sido publicado en el número de octubre de la revista chilena Entre paréntesis y El licántropo ha hecho lo propio en Huellas de tinta . También gané unos libritos muy chulos de la Editorial Almadía en una dinámica veraniega con otro microrrelato y ya digo que hay bastantes cosas pendientes.
Suelo buscar entre la maleza canciones que tengan algo que contar, en las que te puedes sumergir y descubrir algo nuevo. Trato de fijarme en sus costuras, en los principios, en cómo crecen… En realidad, son las historias, más que el lirismo lo que me mueve, aunque si se dan las dos cosas pues ya miel sobre hojuelas. Hay canciones que me hubiera gustado escribir, letras de canciones mejor dicho, que envidio. Otras, en cambio, no. Entre las segundas, está El ángel Simón . Tiene bastante de ajuste de cuentas, con minuciosidad teje el relato intercalando algunas anécdotas que nos dibujan el carácter del finado, como la de la funeraria. A Nacho Vegas le he empezado a seguir hace nada, aunque he leído bastante sobre él y parece cuando menos, un tipo honesto, que ya es decir mucho. Esta canción digo que está en el grupo de las que no, porque debe ser trágico pasar por un trance así. Y hay que tener mucha frialdad para dejar pasar el tiempo y contarlo en una canción sin romperse. ...