El pasado mes de octubre ha sido, para mi, una etapa muy fructífera en cuanto a lo de escribir. Días de recoger lo sembrado como en una vendimia tardía. También, no lo voy a negar, ha habido alguna desilusión, pero el cómputo global ha sido más que positivo y todavía quedan algunas cositas por concretar. Por poner solo un par de ejemplos, La sabiduría de los líquenes ha sido publicado en el número de octubre de la revista chilena Entre paréntesis y El licántropo ha hecho lo propio en Huellas de tinta . También gané unos libritos muy chulos de la Editorial Almadía en una dinámica veraniega con otro microrrelato y ya digo que hay bastantes cosas pendientes.
En días pasados tuve la curiosa sensación de estar suplantando a
alguien, de que empezaba a ocupar un lugar que no me correspondía. La impresión de ser un fraude incluso antes de que
se materializase el supuesto logro, del que además no conocía su
alcance, que es bien pequeño, sería algo
así como un síndrome del impostor (preventivo.) Este fenómeno
fue identificado curiosamente en 1978, mi año de nacimiento, se cree
que afecta más a las mujeres, porque ellas sentían que tenían que
demostrar mucho más que el resto de los hombres para ser tomadas en
cuenta.
Es una sensación extraña, que puede llegar a resultar divertida. Dejándose llevar sería como sentirse actor y afanarte en una vida que no te corresponde pero que es más interesante. Pero, cuando la cosa se pone sería, puede provocar ansiedad, robar mucho tiempo en la búsqueda de la perfección... Curiosamente los comportamientos que exhiben los "impostores" en un intento de compensar sus dudas sobre sí mismos pueden hacerlos mejores en su trabajo.
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