Has dormido fatal, te plantas las gafas de sol y sales a la calle como un zombi, sin pensarlo demasiado. Hay que trabajar. Te saludan, “hola, ¿qué tal estas?” “Bien” respondes y sigues con lo tuyo. ¿Por qué no decir la verdad? Porque no decir que has pasado una noche de mierda, que te duele todo el cuerpo y que no sabes como vas a terminar el día. Nos cuesta tanto ser sinceros, mostrar nuestras debilidades, sufrimos una especie de imposición social a través de la cual, parece que siempre hay que estar bien y que no se nos permite estar mal. Siempre tenemos que estar alegres y sonrientes o al menos aparentarlo, en las redes sociales todo esto se amplifica, salvo honrosas excepciones, Instagram es un catálogo de felicidad vacía, de falso éxito, de pavos reales desplegando todos sus encantos. Se me ocurre que en estos tiempos en lo que todo se compra y se vende, más que comunicarnos, muchas veces, nos vendemos. Dicen que los amigos son aquellos que te preguntan “¿qué tal estás?” y es...
Has dormido fatal, te plantas las gafas de sol y sales a la calle como un zombi, sin pensarlo demasiado. Hay que trabajar. Te saludan, “hola, ¿qué tal estas?” “Bien” respondes y sigues con lo tuyo. ¿Por qué no decir la verdad? Porque no decir que has pasado una noche de mierda, que te duele todo el cuerpo y que no sabes como vas a terminar el día.
Nos cuesta tanto ser sinceros, mostrar nuestras debilidades, sufrimos una especie de imposición social a través de la cual, parece que siempre hay que estar bien y que no se nos permite estar mal. Siempre tenemos que estar alegres y sonrientes o al menos aparentarlo, en las redes sociales todo esto se amplifica, salvo honrosas excepciones, Instagram es un catálogo de felicidad vacía, de falso éxito, de pavos reales desplegando todos sus encantos. Se me ocurre que en estos tiempos en lo que todo se compra y se vende, más que comunicarnos, muchas veces, nos vendemos.
Dicen que los amigos son aquellos que te preguntan “¿qué tal estás?” y esperan escuchar una respuesta real. Quizás por ahí vaya la historia, estamos metidos en una espiral de actividad frenética en la que no nos queda apenas tiempo para estar con nuestros seres queridos donde nos podemos expresar con franqueza, aunque a veces incluso en estos círculos íntimos nos cuesta abrirnos.
Según el Informe del Sistema Nacional de Salud (SNS) 2023, con datos sobre el estado de salud de la población española: El 34% padece alguna enfermedad mental siendo los problemas más frecuentes: los trastornos de ansiedad, los del sueño y los depresivos. Respecto a la ansiedad, afecta al 10% de la población general, el doble a las mujeres (14%) que a los hombres (7%) y también la padecen tres de cada cien menores de 25 años.
Todo esto parece estar aún de alguna manera oculto, es cierto que desde la pandemia se habla más de salud mental en los medios, parece que el tema ha entrado aunque débilmente en el debate político y es un tema que sale a relucir en entrevistas y programas de entretenimiento, pero todavía existe cierto tabú y el estigma social que acompaña a estas cuestiones. Tenemos mucho que aprender de las nuevas generaciones que tratan estos temas con mayor naturalidad.
Por mi parte, hace mucho tiempo que salí del armario y hablo con total naturalidad de mi bipolaridad tratando de poner mi granito de arena para que este trastorno (es difícil encontrar la palabra adecuada para nombrarlo, a mi me gusta más desorden) se entienda mejor y romper ciertos prejuicios y estereotipos. Utilizo con bastante frecuencia las redes sociales para esto, así nació Ánimo, valiente, aunque después fue mutando hacia algo más próximo a la escritura. También estas cuestiones juegan un papel muy importante en mis relatos, siendo un tema transversal en la mayoría de ellos y en algunos como El chico de las musarañas, que podéis encontrar en Pinceladas de realidad, el tema principal. En este cuento un adolescente escribe un diario en la aplicación de notas de su Iphone en el que muestra, en un formato muy condensado, como convive con la depresión. Me apetecía mucho escribir sobre este tema, porque creo que no es muy habitual y además hay mucho desconocimiento. Se suele asociar la depresión con la tristeza y "al estar depre" cuando se trata de un estado mucho más complejo y duro de sobrellevar.
En definitiva, creo que ganaríamos mucho si nos abriéramos más, si fuésemos más sinceros y no nos costase tanto reconocer que estamos mal. Hay épocas en las que lo estamos y no pasa nada. El psicólogo David Salinas llega a decir que “hay momentos que se alegra de ser infeliz: “Fue en ese momento [en un periodo de crisis] cuando pensé: ¡Soy infeliz… y me alegro!, y la verdad es que me sentí muy bien, porque lo que me estaba diciendo realmente es que mi estado de ánimo no construye mi identidad. Tendemos a construir nuestra identidad en función de las cosas que nos pasan y de cómo nos hacen sentir. Entonces, si estoy triste, resulta que soy un desgraciado. Si fracaso, resulta que soy un perdedor. Eso es totalmente nocivo.”
Aceptemos nuestro derecho a sentirnos mal y disfrutémoslo.
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