Tras dejar a la enana en el cole, hemos ido dando un paseo a la plaza para hacer unas gestiones y como de camino esta la librería me he atrevido a entrar. Digo atrevido, y redundo además en el participio, para enfatizar mi absurdo temor a comprobar si se habían vendido algunos ejemplares de Pinceladas. A veces, nos ponemos en lo peor y me daba vergüenza pasar y preguntar al librero. Algo absurdo porque es un tipo super majo, en fin, ralladuras mías. Vamos que hemos entrado, he aprovechado para pillarme el periódico, mi mujer a la que adoro y que a lo mejor lee esto😀, no entiende que lo compre en papel, ya que encima cuesta casi el doble que en la época dorada y trae la mitad de páginas. Trato de explicarle torpemente que me gusta leer algo tangible, que me recuerda a cuando vivía en casa de mis padres y siempre había un ejemplar de El País por casa, en fin ese tipo de cosas. Además no es que lo compre todos los días, sólo cuando cuadra.
Ya con el diario en la mano y haciendo la pequeña fila que se había montado, me ha llegado el turno. Ha estado divertido porque ninguno de los dos nos acordábamos de cuantos ejemplares había dejado, al menos él si tenía claro los que se habían vendido y los dos el porcentaje que se queda la librería. En todas en que he conseguido colocar el libro es el mismo, un 30 por ciento, cosas que va uno aprendiendo en esta aventura.
He salido muy contento, las ventas para estar en un pueblo pequeño son bastante buenas, hace ya tiempo que me quedó claro que uno no se hace millonario con esto, nos hemos echado unas risas y me vengo con el periódico bajo el brazo.

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