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La sabiduría de los líquenes

  La sabiduría de los líquenes 1 Se oye la llave accionando la cerradura, saluda sin mucho empeño lanzando un hola al aire, tira el abrigo en el respaldo del sillón y se derrumba en él. Ella le mira preocupada. ‒‒¿Qué te pasa? —Estoy fatal, hoy definitivamente se ha roto todo. —¿Qué ha pasado? —El grupo se ha ido a la mierda. —¿Y eso? —Ya llevábamos tiempo mal y hoy ha explotado. Esto es como una relación de pareja, pero con cinco personas, cada una con su enorme ego. —Llevo tiempo notándote raro, apagado. —Claro porque me lo estaba viendo venir y llevo tiempo que no estoy bien, voy a arrastras, sin energías. —Ya, ya. ¿Y si nos vamos al pueblo? —¿Al pueblo? ¿A qué? —Ya sabes que llevo tiempo queriendo ir, además nos servirá para desconectar, mejor dicho para reconectar. —El pueblo, qué aburrimiento. —Descuida que estaremos entretenidos, tengo un plan. 2 Se levanta temprano, ha dormido como el culo, maldito colchón y no sabe qué hacer en esa casa. Ni siquiera entiende la cafetera. E...

Animalillos sin domesticar

 



Los días son demasiado largos, qué necesidad de lucirse tendrá allá, en todo alto. En realidad no muestra entusiasmo, siempre tan sólo y tan brillante, parece tan aburrido que ya ni nos mira. Se limita a cumplir con su función y no escatima ni un kilowatio, energía a raudales para todos, en todas las longitudes de onda posibles.


A él le hubiera gustado ser cometa y vagar por los cielos... Que todos conocieran su nombre, el del viejo astrónomo que le descubrió una tarde de verano atisbando el cielo con su catalejo. O ser cometa de papel de seda, de color rosa palo, de manos de niña corriendo entre la ropa tendida. Corretear por las calles empedradas a la hora de la siesta, a esa hora en que solo los niños y los guiris se atreven a salir. Allá por donde Isora y shit cazan lagartijas y se hacen amuletos con sus rabos. Rabos de nube, rabos de abortos de higos aplastados contra el suelo. Los rabos de lagartija de Marsé, de todos los que con tino y determinación escribieron la infancia. Cuando la infancia en verano es más infancia y menos infantil.


En ese verano, otro más, quise abrazar al niño que fui y al que en ese momento fui y al que quise pensar que siempre seré. Sé que tú me ayudarás a no volverme más gilipollas aún, a desmadurar. No te preocupes, ya me he dado cuenta, viniste de tan lejos y me enseñaste el camino. Sé que a veces soy muy bruto, un poco zopenco. Me ha costado tanto acallar el ruido, el estruendo. A veces me siento como la mosca que choca contra el cristal... sólo son imágenes recurrentes.


Me dices, pero papá, tú no ibas a escribir sobre esto. Y que razón tienes, hija, atesoras la sabiduría natural que te confieren los tres casi cuatro años. Sabes que es más sencillo abrir la ventana que romper el cristal a manotazos. Sabes que ahora saldremos, da igual la hora o el calor, que los frutales nos acogerán, nos darán sombra, la de sus ramas y sus frutos. Higos blanditos y carnosos, ciruelas, nísperos y albaricoques. Nos jartamos. Por la comisura de los labios nos resbala un jugo dulzón con una fragancia almibarada, dulzona. Como de gaviotas planeando en el cielo, como de salitre bajo un sol de verano que en lo más alto sueña sin vernos, sueña con volar.


Nosotras echamos carreras... Siempre ganas tú... Pintamos unicornios de todos los colores... Bebemos agua del manantial, a morro, como animalillos sin domesticar.


Eso lo que somos, animalillos sin domesticar.


Dedicado a Zoe.

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