Has dormido fatal, te plantas las gafas de sol y sales a la calle como un zombi, sin pensarlo demasiado. Hay que trabajar. Te saludan, “hola, ¿qué tal estas?” “Bien” respondes y sigues con lo tuyo. ¿Por qué no decir la verdad? Porque no decir que has pasado una noche de mierda, que te duele todo el cuerpo y que no sabes como vas a terminar el día. Nos cuesta tanto ser sinceros, mostrar nuestras debilidades, sufrimos una especie de imposición social a través de la cual, parece que siempre hay que estar bien y que no se nos permite estar mal. Siempre tenemos que estar alegres y sonrientes o al menos aparentarlo, en las redes sociales todo esto se amplifica, salvo honrosas excepciones, Instagram es un catálogo de felicidad vacía, de falso éxito, de pavos reales desplegando todos sus encantos. Se me ocurre que en estos tiempos en lo que todo se compra y se vende, más que comunicarnos, muchas veces, nos vendemos. Dicen que los amigos son aquellos que te preguntan “¿qué tal estás?” y es...
Tinta de colores para divagar, como el cauce que no sigue la línea recta, el caudal que fluye por meandros adaptándose al relieve, al territorio. Como el recodo al camino, cuando resulta infinitamente más sencillo discurrir que narrar. Será cuestión de seguir aprendiendo, de elegir unos caminos y descartar otros, de atravesar regatos de un salto evitando el cieno.
La pobre Virginia, donde quiera que este, podrá esperar mis torpes conclusiones.
(Si no has podido leer bien en la imagen, házmelo saber, porfa😀)
Sí, otra vez un blog
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