Cuánto tiempo sin pasar por aquí, sin bloguear. Curioso lo del tiempo que a veces es como el viento y otras se enreda en los engranajes de los relojes y camina a paso de tortuga. Echaba de menos el escribir sin pretensiones, lo que vaya saliendo, sin tanto corregir, porque cuando tienes intención de publicar lo que escribes, mejor dicho, que alguien te haga caso, lease una editorial, un concurso o una revista literaria, la cosa se complica y hay que tener mucha paciencia. El tiempo, volvemos a lo mismo se vuelve una masa viscosa como en aquellos relojes de Dalí, de La persistencia de la memoria . Más que de memoria, de la que no voy muy sobrado, lo que yo vengo a constatar es la paciencia , la que hay que tener cuando eres un don nadie y quieres gritarle al mundo que escribes y que no lo haces demasiado mal, modestia aparte. Acaba uno mirando el correo varias veces al día y nada, no hay más que promociones y demás mierdas. Los plazos de los concursos son interminables, las respuestas
El Monstruo de Colores. Anna Llenas.
Siempre digo lo mismo la velocidad no es lo mío, al menos la rapidez, lo mío más bien es la lentitud. La calma que en El Monstruo de Colores se pinta de verde, la paz, el sosiego, la tranquilidad. Las comas y los puntos aparte o suspensivos, la lentocidad como decimos por aquí... Algún día escribiré algo usando esas palabras malditas que se inventa Zoe o nos inventamos entre todas los mamíferos, pero esta es otra historia que será contada en su debido momento.
A lo que iba es que estoy encantado con la eficacia de este ordenador después de pelear una y mil veces con mi portátil y sus bloqueos, que riete tú del famoso bloqueo del escritor, he decidido, después de pedir el oportuno permiso a su propietaria, utilizar el flamante ordenador de mesa que antes me intimidaba como todo lo nuevo, con su pantalla gigante y su teclado tan pequeño.
Y es que es otro mundo, otro universo. Solo queda familiarizarse con las peculiaridades de su sistema operativo, aunque mi smartphone es un iPhone siempre he utilizado el maldito Windows y sin demasiada pericia.
Siempre, valga la buscada redundancia, he pensado que corremos demasiado y que a veces no sabemos donde vamos o vamos como pollos sin cabeza. Por correr tanto y querer hacer tantas cosas, muchas veces no las hacemos del todo bien, con oficio, con cariño y quedan tantos flecos. En el mundo laboral esto es palpable, en los trabajos que ya pocas veces son auténticos oficios, prima, con cierta lógica, la productividad, la multitarea, aunque no haya tiempo para ultimar detalles o entender bien los procesos y mucho menos levantar la mirada y ver las cosas con perspectiva. Es lo que hay, tiempos modernos y no los vamos a cambiar ni tú, ni yo. Cada uno en su pequeña parcela se apaña como puede, yo prefiero la vida campestre y ser un eterno aprendiz de uno de los oficios más viejos y bonitos del mundo mientras me gano la vida como mejor puedo.
Pero una cosa es disfrutar del momento, del presente y pararse. Pararse a escuchar el trino de los pájaros o vivir en Valdetorres y observar el amarillo de la flor de los campos de colza en abril y otra luchar contra los elementos, contra la inoperancia, la invalidez desesperante de mi puto fucking laptop.
Y me abrazo a esta potente tecnología, la de la manzana mordida, y con su fulgor y brillantez - parafraseando la Carta al Rey Melchor - "soy capaz de mandar a la mierda mis firmes principios moderados, cambio de camisa y rindo pleitesía a la velocidad. Qué viva el amor, que me convirtió en su esbirro, majestad."
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