La sabiduría de los líquenes 1 Se oye la llave accionando la cerradura, saluda sin mucho empeño lanzando un hola al aire, tira el abrigo en el respaldo del sillón y se derrumba en él. Ella le mira preocupada. ‒‒¿Qué te pasa? —Estoy fatal, hoy definitivamente se ha roto todo. —¿Qué ha pasado? —El grupo se ha ido a la mierda. —¿Y eso? —Ya llevábamos tiempo mal y hoy ha explotado. Esto es como una relación de pareja, pero con cinco personas, cada una con su enorme ego. —Llevo tiempo notándote raro, apagado. —Claro porque me lo estaba viendo venir y llevo tiempo que no estoy bien, voy a arrastras, sin energías. —Ya, ya. ¿Y si nos vamos al pueblo? —¿Al pueblo? ¿A qué? —Ya sabes que llevo tiempo queriendo ir, además nos servirá para desconectar, mejor dicho para reconectar. —El pueblo, qué aburrimiento. —Descuida que estaremos entretenidos, tengo un plan. 2 Se levanta temprano, ha dormido como el culo, maldito colchón y no sabe qué hacer en esa casa. Ni siquiera entiende la cafetera. E...
El Monstruo de Colores. Anna Llenas.
Siempre digo lo mismo la velocidad no es lo mío, al menos la rapidez, lo mío más bien es la lentitud. La calma que en El Monstruo de Colores se pinta de verde, la paz, el sosiego, la tranquilidad. Las comas y los puntos aparte o suspensivos, la lentocidad como decimos por aquí... Algún día escribiré algo usando esas palabras malditas que se inventa Zoe o nos inventamos entre todas los mamíferos, pero esta es otra historia que será contada en su debido momento.
A lo que iba es que estoy encantado con la eficacia de este ordenador después de pelear una y mil veces con mi portátil y sus bloqueos, que riete tú del famoso bloqueo del escritor, he decidido, después de pedir el oportuno permiso a su propietaria, utilizar el flamante ordenador de mesa que antes me intimidaba como todo lo nuevo, con su pantalla gigante y su teclado tan pequeño.
Y es que es otro mundo, otro universo. Solo queda familiarizarse con las peculiaridades de su sistema operativo, aunque mi smartphone es un iPhone siempre he utilizado el maldito Windows y sin demasiada pericia.
Siempre, valga la buscada redundancia, he pensado que corremos demasiado y que a veces no sabemos donde vamos o vamos como pollos sin cabeza. Por correr tanto y querer hacer tantas cosas, muchas veces no las hacemos del todo bien, con oficio, con cariño y quedan tantos flecos. En el mundo laboral esto es palpable, en los trabajos que ya pocas veces son auténticos oficios, prima, con cierta lógica, la productividad, la multitarea, aunque no haya tiempo para ultimar detalles o entender bien los procesos y mucho menos levantar la mirada y ver las cosas con perspectiva. Es lo que hay, tiempos modernos y no los vamos a cambiar ni tú, ni yo. Cada uno en su pequeña parcela se apaña como puede, yo prefiero la vida campestre y ser un eterno aprendiz de uno de los oficios más viejos y bonitos del mundo mientras me gano la vida como mejor puedo.
Pero una cosa es disfrutar del momento, del presente y pararse. Pararse a escuchar el trino de los pájaros o vivir en Valdetorres y observar el amarillo de la flor de los campos de colza en abril y otra luchar contra los elementos, contra la inoperancia, la invalidez desesperante de mi puto fucking laptop.
Y me abrazo a esta potente tecnología, la de la manzana mordida, y con su fulgor y brillantez - parafraseando la Carta al Rey Melchor - "soy capaz de mandar a la mierda mis firmes principios moderados, cambio de camisa y rindo pleitesía a la velocidad. Qué viva el amor, que me convirtió en su esbirro, majestad."
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