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El tiempo

Cuánto tiempo sin pasar por aquí, sin bloguear. Curioso lo del tiempo que a veces es como el viento y otras se enreda en los engranajes de los relojes y camina a paso de tortuga. Echaba de menos el escribir sin pretensiones, lo que vaya saliendo, sin tanto corregir, porque cuando tienes intención de publicar lo que escribes, mejor dicho, que alguien te haga caso, lease una editorial, un concurso o una revista literaria, la cosa se complica y hay que temner mucha paciencia. El tiempo, volvemos a lo mismo se vuelve una masa viscosa como en aquellos relojes de Dalí, de La persistencia de la memoria . Más que de memoria, de la que no voy  muy sobrado, lo que yo vengo a constatar es la paciencia , la que hay que tener cuando eres un don nadie y quieres gritarle al mundo que escribes y que no lo haces demasiado mal, modestia aparte. Acaba uno mirando el correo varias veces al día y nada, no hay más que promociones y demás mierdas. Los plazos de los cuncursos son interminables, las respuesta

La revolución, el llanto y la risa

Me paso por aquí feliz y contento, como niña con zapatos nuevos. Un regalo de por sí mola, pero si te lo hace un buen amigo que escribe como los ángeles, miel sobre hojuelas. 

Él es Fran Figuieralun joven y a la vez experimentado escritor gallego al que ahora le ha dado por estudiar psicología. Tiene publicado Escribir es infinito: (hasta cierto punto), que te lo puedes descargar por sólo 2,99 €.

La revolución, el llanto y la risa

Fran Figueiral


Zoe y la alegría. Fotografía de Adolfo Gasca.

La risa es revolucionaria y subversiva. Destruye lo solemne, le da la vuelta al disfraz de lo demasiado serio, mostrándonos sus costuras y nos muestra la absurdez misma de que alguien se tome algo tan demasiado en serio. La risa es desapasionadora y detectora de errores. 

Socialmente tiene, como poco, una función peculiar: la de decirle al que no está fluyendo natural que tiene alguna rigidez que le impide avanzar con los demás de la Tribu. Que no está siendo un animal en algún aspecto, sino un mecanismo rígido. Nos reímos del que se tropieza y se cae no por el daño que se hace, sino porque mientras no percibió el obstáculo por estar ensimismado rígidamente en algo - un pensamiento, un recuerdo, una distracción - mientras se está cayendo, aún se mantiene, rígidamente, en actitud de andar. No se adapta a la nueva naturaleza de las cosas con la sagacidad que se le presuponía al humano, sino que actúa como un mecanismo que camina y, a pesar de estar su cuerpo irremediablemente yéndose a la horizontalidad, él aún sigue caminando. La risa es implacable con la rigidez, y su ejercicio en comunidad nos enseña sobre nuestra naturaleza adaptativa. 

Podemos sustituir la rigidez psicomotriz con algún asunto psicológico. El resultado risible será el mismo. Ejemplo, las coletillas. Aquel sujeto que termina todas sus frases con la misma coletilla, incluso la llega a pronunciar fuera de contexto, de pura inercia. Es una rigidez psicológica que puede resultar graciosa, al poner de relieve que la persona se empeña en utilizar de forma mecánica las mismas palabras en lugar de construir un lenguaje fluido y adaptado al contexto que se le presupone a la naturaleza adaptativa y cambiante del animal humano que somos. 

La risa, además de detectora de errores para lo social, es desapasionadora. El acto de reírse de algo nos distancia emocionalmente de eso, lo objetiviza, lo intelectualiza. Nos regala la mirada desapegada de lo que atañe a la sensibilidad emocional. Y eso es muy necesario, especialmente para aquellos que, per se, ya tienen una sensibilidad bastante intensita. 

El llanto también es revolucionario, a su manera. Si en la risa nos desapasionamos a la vez que nos avisa de que nuestra naturaleza requiere cambio y movimiento; el llanto es la precipitación necesaria para aligerar una presión. Aquello que está demasiado lleno. Vamos acumulando experiencias con sus respectivas cargas emocionales y, según la importancia que hayan tenido y su influencia, las acumulamos más o menos. Hay estantes en la librería de la memoria demasiado llenos, especialmente los que guardan aquello que nunca contamos, pues al expresar nos vamos deshaciendo de grandes tomos y sintetizándolos en pequeños aforismos. Cuanto más nos contamos menos inefable es, más concreto, y va ocupando menos. 

Nos indica, el llanto, donde está lo que más pesa, y refuerza las baldas, y tira alguna hoja, pues el mismo hecho de atreverse a llorar es el atreverse a quitar algo de ese estante. Alivia sustancialmente la carga a la vez que nos enseña cuál es. Nos dice qué es lo que debemos transformar en conversación, en poema, en canción o en cuadro. 

Pero ojito, que lo que es virtud siempre puede ser mal utilizado como vicio. Uno puede reírse para anestesiarse emocionalmente demasiado, o puede ejercer el llanto para regocijarse en lo que le duele y autocompadecerse demasiado. 

Creo, y con esto acabo esta reflexión, que una buena forma de medir sí estamos usando estas cualidades naturales imprescindibles para la salud del alma de forma correcta es hacerlas en comunidad. La comunidad modula de forma natural estas conductas, si la compañía es buena, y se produce una especie de juego de tensiones que tiende al equilibrio. Una especie de termodinámica de lo emocional que nos mantiene en la virtud de la risa y del llanto. 

En soledad también es sano desenvolverse con ellas, en nuestro fuero interno, por supuesto; pero ojo avizor, que sin un otro que nos objetivice, uno tiende al vicio; o, al menos, eso le ocurre al que ha escrito este texto.

Anotación del autor: Aunque las sentencias del texto puedan hacer pensar que tengo alguna certeza sobre algo, no es así. El contenido del texto se debe leer con un profundo escepticismo y, si me apuras, desconfianza.

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