Has dormido fatal, te plantas las gafas de sol y sales a la calle como un zombi, sin pensarlo demasiado. Hay que trabajar. Te saludan, “hola, ¿qué tal estas?” “Bien” respondes y sigues con lo tuyo. ¿Por qué no decir la verdad? Porque no decir que has pasado una noche de mierda, que te duele todo el cuerpo y que no sabes como vas a terminar el día. Nos cuesta tanto ser sinceros, mostrar nuestras debilidades, sufrimos una especie de imposición social a través de la cual, parece que siempre hay que estar bien y que no se nos permite estar mal. Siempre tenemos que estar alegres y sonrientes o al menos aparentarlo, en las redes sociales todo esto se amplifica, salvo honrosas excepciones, Instagram es un catálogo de felicidad vacía, de falso éxito, de pavos reales desplegando todos sus encantos. Se me ocurre que en estos tiempos en lo que todo se compra y se vende, más que comunicarnos, muchas veces, nos vendemos. Dicen que los amigos son aquellos que te preguntan “¿qué tal estás?” y es...
Cuatro (o cinco) luces . Cuando sube el café. Cuando fluye la tinta y se transforma en caudal. Cuando vos reís. Cuando, de repente, me sueltas: "Eres el mejor papá del mundo" Cuando somos más y soy menos. ... y algunas sombras. Cuando se instala el rencor entre tus cejas y ya no sonríes, nunca . Cuando n unca está tan, tan lejos. Cuando las palabras son pájaros que no saben volar. " Cuando al punto final de los finales n o le siguen dos puntos suspensivos . "* Cuando me muero de miedo . *Puntos Suspensivos. Joaquín Sabina .