Has dormido fatal, te plantas las gafas de sol y sales a la calle como un zombi, sin pensarlo demasiado. Hay que trabajar. Te saludan, “hola, ¿qué tal estas?” “Bien” respondes y sigues con lo tuyo. ¿Por qué no decir la verdad? Porque no decir que has pasado una noche de mierda, que te duele todo el cuerpo y que no sabes como vas a terminar el día. Nos cuesta tanto ser sinceros, mostrar nuestras debilidades, sufrimos una especie de imposición social a través de la cual, parece que siempre hay que estar bien y que no se nos permite estar mal. Siempre tenemos que estar alegres y sonrientes o al menos aparentarlo, en las redes sociales todo esto se amplifica, salvo honrosas excepciones, Instagram es un catálogo de felicidad vacía, de falso éxito, de pavos reales desplegando todos sus encantos. Se me ocurre que en estos tiempos en lo que todo se compra y se vende, más que comunicarnos, muchas veces, nos vendemos. Dicen que los amigos son aquellos que te preguntan “¿qué tal estás?” y es...
Cuánto tiempo sin pasar por aquí, sin bloguear. Curioso lo del tiempo que a veces es como el viento y otras se enreda en los engranajes de los relojes y camina a paso de tortuga. Echaba de menos el escribir sin pretensiones, lo que vaya saliendo, sin tanto corregir, porque cuando tienes intención de publicar lo que escribes, mejor dicho, que alguien te haga caso, lease una editorial, un concurso o una revista literaria, la cosa se complica y hay que tener mucha paciencia. El tiempo, volvemos a lo mismo se vuelve una masa viscosa como en aquellos relojes de Dalí, de La persistencia de la memoria . Más que de memoria, de la que no voy muy sobrado, lo que yo vengo a constatar es la paciencia , la que hay que tener cuando eres un don nadie y quieres gritarle al mundo que escribes y que no lo haces demasiado mal, modestia aparte. Acaba uno mirando el correo varias veces al día y nada, no hay más que promociones y demás mierdas. Los plazos de los concursos son interminables, las respue...