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El discreto encanto de las librerías de pueblo

Van pasando los días y noto que me cuesta encontrar un momento para pasar por aquí y me resulta curioso porque una de las cosas que más me gustan de este insólito mundo es bloguear, algo tiene que haber en ello cuando lo llevo haciendo desde 2004. Pero hoy, en esta mañana ventosa, preinvernal parece que se han alineado los planetas y se ha hecho un claro entre las obligaciones de la vida, total que aquí estoy tecleando, dando la turra de nuevo, nada más deshacerme de el gorro, los guantes, el palestino, el cortavientos... Como dije antes la mañana estaba tirando a glaciar.  Tras dejar a la enana en el cole, hemos ido dando un paseo a la plaza para hacer unas gestiones y como de camino esta la librería me he atrevido a entrar. Digo atrevido, y redundo además en el participio, para enfatizar mi absurdo temor a comprobar si se habían vendido algunos ejemplares de Pinceladas . A veces, nos ponemos en lo peor y me daba vergüenza pasar y preguntar al librero. Algo absurdo porque es un ti...

El tiempo

Cuánto tiempo sin pasar por aquí, sin bloguear. Curioso lo del tiempo que a veces es como el viento y otras se enreda en los engranajes de los relojes y camina a paso de tortuga. Echaba de menos el escribir sin pretensiones, lo que vaya saliendo, sin tanto corregir, porque cuando tienes intención de publicar lo que escribes, mejor dicho, que alguien te haga caso, lease una editorial, un concurso o una revista literaria, la cosa se complica y hay que tener mucha paciencia. El tiempo, volvemos a lo mismo se vuelve una masa viscosa como en aquellos relojes de Dalí, de La persistencia de la memoria. Más que de memoria, de la que no voy  muy sobrado, lo que yo vengo a constatar es la paciencia, la que hay que tener cuando eres un don nadie y quieres gritarle al mundo que escribes y que no lo haces demasiado mal, modestia aparte.

Acaba uno mirando el correo varias veces al día y nada, no hay más que promociones y demás mierdas. Los plazos de los concursos son interminables, las respuestas de las editoriales, salvo la primera respuesta automática de recepción que algunas tienen a bien programar, no quieren llegar. Uno espera y espera y claro desespera. Mientras sigue escribiendo agrandando su pobre obra y ya de paso, al menos a mi, me da por procrastinar, por hacer otras cosas. No diría yo que el podcast es una procrastinación, pero si una salida más dinámica a las cosas que me bullen en la cabeza y así este proyecto se va ramificando sin hacer mucho ruido

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Pizarnik y la habitación propia

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