Has dormido fatal, te plantas las gafas de sol y sales a la calle como un zombi, sin pensarlo demasiado. Hay que trabajar. Te saludan, “hola, ¿qué tal estas?” “Bien” respondes y sigues con lo tuyo. ¿Por qué no decir la verdad? Porque no decir que has pasado una noche de mierda, que te duele todo el cuerpo y que no sabes como vas a terminar el día. Nos cuesta tanto ser sinceros, mostrar nuestras debilidades, sufrimos una especie de imposición social a través de la cual, parece que siempre hay que estar bien y que no se nos permite estar mal. Siempre tenemos que estar alegres y sonrientes o al menos aparentarlo, en las redes sociales todo esto se amplifica, salvo honrosas excepciones, Instagram es un catálogo de felicidad vacía, de falso éxito, de pavos reales desplegando todos sus encantos. Se me ocurre que en estos tiempos en lo que todo se compra y se vende, más que comunicarnos, muchas veces, nos vendemos. Dicen que los amigos son aquellos que te preguntan “¿qué tal estás?” y es...
Hay quien dice que los cuentos son un paso previo a la novela. En Argentina, tierra de cuentistas lamentan que a Borges, el gran escritor al que nunca le dieran el Nobel. Luego están los que desprecian el genero corto por ser demasiado breve, qué tonteria, es como reprocharle a la mar salá, eso mismo, ser salada.
Yo que siempre ando en medio de todo, trato de tener una visión panorámica y no me mojo ni debajo del agua. Creo que todas y todos tienen parte de razón, que todo depende del color del cristal con que se mire.
Pd 1 Mi primera antología de cuentos va viento en popa, con la buena gente de Sueños de papel. Y hasta ahí puedo leer.
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