Has dormido fatal, te plantas las gafas de sol y sales a la calle como un zombi, sin pensarlo demasiado. Hay que trabajar. Te saludan, “hola, ¿qué tal estas?” “Bien” respondes y sigues con lo tuyo. ¿Por qué no decir la verdad? Porque no decir que has pasado una noche de mierda, que te duele todo el cuerpo y que no sabes como vas a terminar el día. Nos cuesta tanto ser sinceros, mostrar nuestras debilidades, sufrimos una especie de imposición social a través de la cual, parece que siempre hay que estar bien y que no se nos permite estar mal. Siempre tenemos que estar alegres y sonrientes o al menos aparentarlo, en las redes sociales todo esto se amplifica, salvo honrosas excepciones, Instagram es un catálogo de felicidad vacía, de falso éxito, de pavos reales desplegando todos sus encantos. Se me ocurre que en estos tiempos en lo que todo se compra y se vende, más que comunicarnos, muchas veces, nos vendemos. Dicen que los amigos son aquellos que te preguntan “¿qué tal estás?” y es...
Un laptop lento, como un león dormido, como una tortuga, tan ineficaz. Respira lento. A trompicones. Como si tuviera bronquiolitis. Como una morsa con sinusitis. El café ya ha subido, vuelvo con las galletas en la mano y nada, que no se abre el maldito documento en el Word. "Eso es la tarjeta SSD " me dijo ayer Pedro. Qué maravilla tener un amigo que entiende de estas cosas. A mi todo esto me suena a chino, a chino mandarín . Dicen que lo barato sale caro y que lo caro a veces resulta, como decirlo, excesivo. También dicen, la gente dice muchas cosas, valga la buscada redundancia, que hace muchos años, a un escritor latinoamericano que había ganado un premio prestigioso le preguntaron que cómo se sentía: "Estoy agradecido y ciertamente emocionado. Es una maravilla que hayan pensado en mi, pero si miro la lista de los premiados en anteriores ediciones, siento vértigo, y no, no es falsa modestia, tan solo es que tanto dinero me desajusta el presupuesto. Imaginense, yo...